Hace unos años tomé una decisión arriesgada, a partir de una pregunta inofensiva en una comida:
La pregunta, sin embargo, desencadenó la tormenta perfecta.
La segunda andanada fue más difícil de digerir.
Considerando que puedo superarlo todo menos la tentación, decidí poner manos a la obra.
Lo que ocurrió después es más o menos sabido: estupefacción de mis amigos por cambiar una vida más o menos cómoda por la ascensión del Everest, inicio de una nueva experiencia tan reconfortante como caóticas son las reglas para encontrar a destiempo (y a contracorriente) la estabilidad en la Universidad.
Así, hace un año (abril de 2021), conseguí la estabilidad laboral y hace apenas unas semanas, la acreditación al cuerpo de profesores titulares de Universidad.
Con la perspectiva de estos años tengo la sensación de que aquella sugerente comida en “El Olivo” (Castillo de Tajarja) me ha provocado un desgaste excesivo. Como si me hubiera tocado en suerte la subida por el Kangshung, la cara del Everest más escarpada y expuesta a las condiciones climáticas.
Hoy, por fin lo he conseguido.